Gabriela es mi amiga más íntima. Desde pequeños lo hemos compartido casi todo. Y el día que descubrí que se había convertido en mujer, fue el día que pensé “me follo a mi mejor amiga”.
Aquel día llevaba una conjunto de lencería blanco inmaculado, que hacia resaltar el color de sus ojos junto con el rubio casi platino de su cabello. Ella empezó a masturbarse mientras me miraba poniendo cara de chica mala. Sus dedos entraban y salían de su coñito. La palma de su mano acariciaba su clítoris mientas que con la otra mano se pellizcaba sus pezones.
Me follo a mi mejor amiga. Después de comerle el coño y de que me hiciese una mamada, me la follo hasta correrme sobre su coñito.
Sus gemidos consiguieron despertarme del trance en el que había entrado observando su cuerpo angelical. Y mis manos y mi lengua tomaron el relevo de las suyas. Ella se entregó al placer que le estaba proporcionando con las masturbación, antes de arrodillarse e ir en busca de mi polla. Que ya estaba bien erecta dentro de mis pantalones.
Cuando la consiguió liberar, no sin mi ayuda, la engullo hasta que sus labios alcanzaron mis testículos, y empezó una frenética mamada que casi hace que me corra de inmediato.
Pero, le tenia reservado algo mejor. La recosté de nuevo, y abriéndola bien de piernas se la fui metiendo despacito, su mirada lasciva y sus gemidos hicieron que de nuevo me rindiera a sus encantos, y consiguió hacerse con el control y estar un buen rato cabalgándome. La puse a cuatro, patas y la estuve follando duro mientras ella ahogaba sus gritos contra la almohada. Cuando noté que el orgasmo estaba cerca, le di la vuelta y saqué la polla de su interior justo en el momento en el que empezaba a brotar de ella un espeso semen.